Alrededor de un cuarto para las una de la tarde acordaron verse. Plaza Italia estaba repleto, todas las cabezas se confundían para qué hablar de sus sentimientos.
Él se vestía a su gana, despreocupado de las despectivas miradas de las señoras en el metro, meneaba sus manos y pies al ritmo de The Clash. En ese instante, cuatro tipos rapados y con chaqueta de cuero negra se suben al vagón. Es el inminente momento de la acción, dónde se supone que los cuatro neonazis obligarán al tranquilo chico a bajar del metro para luego ser golpeado en el andén hasta que éste pierda la conciencia.
Pero no fue así, al chico ni lo miraron, no lo tomaron en cuenta y no existió para ellos.
Paralelamente, ella venía colgando de la micro. Ésta estaba repleta, cualquier movimiento debía hacerse con estricto cuidado. Ella tenía unas pantys transparentes de hilo negro, esto provocaba a los machos sedientos que iban a su lado. Ella gozaba con las miradas, se sentía poderosa y creía que tenía todo dominado. Su polera con la foto de Madonna daba indicios que ella era una especie de diva del Transantiago.
Él se bajo en Baquedano, tenía miedo, creía que iba atrasado pero no era así. El hecho de ser tan puntual esta vez no le traería recompensas sino que por el contrario. Se asomó por la plaza, no había rastros de ella. Camino en círculos infinitos de gente. Saltos, gritos, pancartas y chorros de agua nublaban su objetivo.
Ella bajó de la micro. Coincidentemente, los cuatros nazis cruzaron la calle, venían del metro. Ella coquetamente, cruzó miradas con uno de ellos y éste la detuvo. Le ofreció un cigarro y asiento. Miradas provocativas, señales contrapuestas. Para ella era un juego de provocación que aprendió desde pequeña. Para el nazi, la decisión sesgada de imponer su cuasi superioridad étnica chilensis, y por sobretodo, su masculinidad.
Le agarró un muslo con poca delicadeza. Ella se preocupó de inmediato. Ella siempre había sido la que controlaba y le agradaba. Ella daba el primer paso pero nunca como ahora. El nazi le rajó la falda y la comenzó a violar en pleno parque. La gente hacía como si no existiese, toda la atención que en un momento tuvo la diva, se desvaneció y se redujo a la de una más.
El chico había perdido toda esperanza de encontrarse con la mujer. La posibilidad de conocer una chica, de compartir su música, sus ideas y sus dibujos se habían extinguido. La soledad lo atormentaba. Había conocido a la chica por Internet nunca había escuchado su voz mucho menos había sentido su sonrisa y absolutamente nunca había sentido ese calor en su mirada.
Se sentó en una banca en la plaza al costado de la pizzería. Un líquido rojo se escabulle debajo de un montón de basura. Era extraña y confusa la imagen. La curiosidad mató al gato. Levantó los escombros y el cadáver de una mujer se asoma. Él sabía que era ella, su mp3 sonaba aún la canción que le había dedicado virtualmente. Cayó en el piso junto al cuerpo y no paró de llorar acompañado de No Surprises de Radiohead.
X chamberlein
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